'HAY QUE VIVIR CON PROPóSITO E IMPACTAR LA VIDA DE LOS DEMáS': EL JOVEN CALEñO QUE ESTá CAMBIANDO SU CIUDAD

Cultura

'Hay que vivir con propósito e impactar la vida de los demás': el joven caleño que está cambiando su ciudad

Andrew Silva tiene 31 años y es director de la Fundación Ser para Ser, que se dedica a ayudar a jóvenes del oriente de Cali.

José Manuel Acevedo

Iba a ser médico, después abogado, politólogo y, ahora, administrador de empresas. No es que le falten constancia ni méritos académicos. Todo lo contrario. Su puntaje, en las pruebas Icfes, fue uno de los mejores y casi siempre ha estado becado.

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Lo que le pasa a Andrew Silva, un joven de 31 años, es que, al final, la vocación social le gana y termina volcándose por completo al trabajo que viene haciendo desde hace más de una década en el oriente de Cali, donde nació y creció. Es el director de la Fundación Ser para Ser, que le ayuda a construir futuro a decenas de jóvenes y a cambiar sus relatos de vida de exclusión, violencia y falta de oportunidades, por unos llenos de esperanza y posibilidades profesionales.

Aunque nació y creció en el distrito de Aguablanca, igual que los jóvenes que ahora apoya, él prefiere hablar del oriente de Cali, como un concepto más amplio, porque “mucha gente cree que se trata de un barrio, cuando en realidad hay cinco comunas, densamente pobladas, con más de 1 millón de habitantes; más de 1 millón de historias de vida”, y, con semejante labor social que se ha echado al hombro, es fácil entender por qué a Andrew no le ha alcanzado el tiempo para graduarse.

¿Dónde arranca esa idea de servirle a la gente, esa necesidad de trabajar en lo social que, se nota a leguas, te apasiona?

Desde el colegio. Me lancé a ser personero en 11 y en vez de prometer la típica piscina y el ‘jean day’, me comprometí con una escuela de liderazgo y yo ahí vi los resultados y entendí que es posible impactar la vida de la gente sin tanta carreta. Hoy te digo que ver, de la foto con la que yo arranqué mi colegio, que hay muchos de mis compañeros muertos y a varias de las chicas de mi infancia embarazadas a los 14 años y que eso fuera considerado normal, me hizo decir, desde muy temprano, “yo no quiero que esto siga pasando y quiero hacer cosas para que esa realidad comience a cambiar”.

Tú pudiste haber sido uno de esos jóvenes que cayó en la violencia. ¿Qué te salvó?

‘Imagináte’. Yo mido 1,90. Con esta estatura, las estructuras de violencia me buscaban para que hiciera parte de esos grupos. A mí me decían: ‘cogé’ la moto que está ahí a la salida del colegio, es tuya, y ante la falta de oportunidades esa puede ser la única tabla de salvación de muchos. A mí particularmente me salvaron dos cosas; dos regalos que he tenido en la vida: una mamá como la que tengo; madre soltera, que nos sacó adelante a mí, a dos hermanos menores y a dos tíos que tienen mi misma edad; todo ella, como una berraca. Y lo otro fue un colegio –Fe y Alegría, Madre Alberta– que era de monjas y estas mujeres trabajaban 18 o 20 horas para que nosotros nos mantuviéramos lo más alejados posible de esos fenómenos de vicio y violencia.

Gracias a Dios te libraste de ese mal futuro y, a partir de esas experiencias, me imagino que nace la Fundación Ser para Ser, que ahora lideras…

‘Mirá’, este es el lugar donde todas mis experiencias de vida se han concretado para el servicio hacia los otros. Es un lugar para acompañar a valientes para que puedan transformar su mundo. Acompañamos a jóvenes, especialmente, que quieren trabajar en su proyecto de vida auténtico. La metodología de trabajo nació hace más de 12 años, con gran apoyo de la Universidad Javeriana. Te lo resumo así: yo cojo un pelao de 13 años y lo intervenimos desde noveno hasta once e incluso un año después de graduado, para ayudarlo a construir lo que llamamos “propósito”.

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¿Qué resultados concretos han obtenido?

En todas nuestras promociones y actuales participantes, estamos en 0 por ciento de embarazos adolescentes y ese 0 por ciento para mí es muy fuerte porque la realidad global es otra. No lo hacemos dando preservativos o hablando de educación sexual sino trabajando el “propósito” de cada uno. Cuando los pelaos encuentran ese propósito de vida, todo marcha. Nosotros, de otra parte, no tenemos chicos que no se hayan graduado del colegio. A todos los logramos sacar adelante. Tenemos 16 profesionales y 22 jóvenes haciendo carreras universitarias, ¿y ‘sabés’ que es lo más bacano?, que si vos ‘hablás’ con ellos, todos quieren ayudar a otros e impactar la vida de otros, así que el esfuerzo no se queda solo ahí.

De todos las historias de vida de jóvenes con los que trabajas, ¿cuál te ha impactado más y por qué?

A mí me impactan todos, siempre, pero ahora estoy trabajando con Elizabeth, que para mí es una niña genio de este país y que en algunos años, todos hablaremos de ella. Estudia ingeniería biomédica y ella misma se paga sus estudios. Tiene que trabajar durísimo para hacer la plata de la universidad, y aun así, con todo esto que hace, ahora está dictando un curso de robótica para jóvenes en el oriente de Cali. Yo siempre les digo a ella y a muchos otros: “juepucha, esto es hermoso; esto es tener propósito”. Mostrarles a los jóvenes que hay otro camino e inspirar a la gente; no quedarse con el conocimiento solo para ti.

¿Cuál dirías que es la barrera y el obstáculo más grande que has tenido con el trabajo que haces desde tu fundación?

Nuestro país no está acostumbrado a cargar con procesos de largo aliento. En materia social, un programa que dura más de un año, ya le parece a la gente larguísimo y hacerlos entender que los resultados toman tiempo, es difícil. Ninguna entidad pública te va a financiar porque los políticos siempre están pendientes de quién corta el listón y los privados quieren resultados muy rápidos. Hacer entender a los unos y a los otros que hay una base que nos toca consolidar, es fregado. Y lo otro es que Colombia tiene una mirada muy asistencialista de las cosas y ese ciclo es muy difícil romperlo. Decirle a un donante que los resultados se demoran más, lo desespera y terminamos en que “yo prefiero regalar la comida en un semáforo”, y cambiar esa mirada es muy duro, pero aquí vamos…

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Vives en una ciudad, Cali, que después del llamado ‘estallido social’ quedó muy fracturada. ¿Cómo ves la situación hoy, en ese sentido?

¿‘Sabés’ qué?, en medio de todo el desorden y la tragedia, el 2021 le dejó a esta ciudad un gran regalo que es ‘Compromiso Valle’. Necesitábamos una narrativa distinta donde nos uniéramos varios sectores. Hoy tenemos la oportunidad de conversar de tú a tú, entre jóvenes y empresarios y organizaciones sociales. Yo, por lo menos, hoy en día, tengo en mi celular el número de Pedro Felipe Carvajal, el presidente del grupo Carvajal, y le digo: ‘Ve, Pedro, pasa esto y esto”, y se puede conversar e intercambiar opiniones y trabajar en conjunto. Tenemos un gran vehículo de impacto colectivo pero hay que cuidarlo porque, fácilmente, se puede quebrar. Esta ciudad es muy caótica, porque somos muy diversos, entonces ha sido un proceso bonito pero es frágil. Nos toca cuidarlo y alimentarlo entre todos.

¿Con qué sueñas?

Yo tengo dos grandes sueños: hacer muy bien lo que estamos haciendo para poder decirle a una secretaría de Educación o al Ministerio de Educación: “Es igual de importante que un pelao sepa cuánto es 2+2 a que sepa cuál es su propósito de vida”, y convencer a este país de hacer inversión en las habilidades esenciales de nuestra gente. La formación técnica sola no forma seres humanos que piensen en el otro. Y, el segundo, es poder lograr que todo esto que estamos haciendo siga creciendo. Queremos llegar a más valientes.

Y, por el otro lado, ¿qué no te deja dormir?

Uff, las situaciones que viven muchos de nuestros jóvenes son demasiado desbordantes, como que ningún ser humano debería vivir esto. Me voy a la cama pensando en qué más hacer. A mí me dice el equipo de trabajo: “Andrew, pero te ‘tenés’ que poner límites”. Y yo digo: “los límites están en nuestras capacidades instaladas y nuestra situación financiera, entonces toca trabajar más duro para conseguir más recursos y formémonos más para llegar más lejos”. La realidad en este sector de la ciudad es demasiado desafiante.

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¿Qué les dices a los jóvenes que están leyendo a esta hora esta entrevista?

‘Mirá’, yo les digo que vivir con propósito es la forma de lograr un impacto real pero que no romanticemos el propósito. Vivir así es vivir con esfuerzo; implica vincularse, va a implicar dolor sí o sí, pero la satisfacción, al final, de vivir con propósito es máxima. Si uno ama lo que hace, el resultado es que el entorno empieza a transformarse, entonces les digo que se enamoren de algo y decidan darla todo por eso. Vivir por piloto automático no tiene sentido.

Querías ser médico, te metiste a estudiar ciencia política, derecho, ahora estás con administración… ¡te ha cambiado mucho el ‘propósito’ a ti en la vida!...

Cincuenta es todo lo que pasa en las aulas, que es muy valioso porque al final los maestros tienen teorías muy interesantes, pero el otro 50 está por fuera y en mi vida he tenido la oportunidad de tener mentores increíbles, por fuera de la educación formal. Pero te dejo claro: a mi académicamente me ha ido muy bien y he estado becado, pero mi propósito de vida a veces ha chocado con esas carreras y termino enfocado en ayudar. Amo lo que hago, te insisto.

¿Hasta dónde quieres llegar?

Estoy creciendo lo que más puedo para poder servirle a esta organización social y hacerla crecer también. Todo el tiempo estoy buscando más lugares para aprender. Hay muchísimas puertas que tocar y mi proyección es poder abrir más de esas puertas. Estoy ahora con el cuento de la administración porque dije: “Necesito aprender más de los números para ver cómo nos expandimos y poner todo al servicio de los otros”. Detrás de una gran misión hay un gran equipo y mi sueño también es que crezcamos colectivamente.

De la serie 'Los 40 de menos de 40':

- ‘Una paciente es la mamá o la esposa de alguien’ - ​‘Tengo mil razones para no ser optimista y, sin embargo, sonrío’: Lali Riascos - ​Paola Neira, la fuerza de la juventud emprendedora

Laura Angelica Lenis Llano

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