“SER LA MAMá PERFECTA ES UN IDEAL FALSO, INDESEABLE Y TóXICO”: ESTHER VIVAS

La autora del libro “Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad” estuvo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá hablando sobre maternidades. En diálogo con El Espectador, la catalana explica por qué el sistema en el que vivimos dificulta tener hijos y por qué el mundo laboral no está pensado para esto.

Ser una mamá desobediente. Esa es la invitación que Esther Vivas le hace otras mujeres, para decidir sobre sus cuerpos, sobre cómo criar y tener vida propia más allá de los hijos. “Ser madre no debería significar criar en solitario, quedarse en casa o renunciar a otros ámbitos de nuestra vida”, dice la escritora y periodista española en su libro “Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad”, escrito por primera vez en 2019, reimpreso tres veces y presentado en la pasada Feria Internacional del Libro de Bogotá.

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Esther Vivas es irreverente y dedica sus páginas a deconstruir el mito de la mamá perfecta, aquella que está obligada a ser buena, sacrificada, abnegada, casada, monógama y feliz de sacrificarse y estar al servicio de sus hijos y marido. La escritora toca temas que no suelen hablarse tan abiertamente, como el duro proceso que atraviesan para concebir quienes tienen problemas de fertilidad y el sentimiento de arrepentimiento de algunas mujeres tras ser mamás.

La maternidad es explorada en todas sus aristas en este libro. Desde aquellas que han decidido conscientemente que quieren ser mamás, y lo han logrado en pareja o solas, por adopción o criando a los hijos de sus parejas; hasta la violencia obstétrica que se sufre en el parto, la lucha contra el sistema laboral que no es flexible a los cuidados y la ambivalencia cuando las mujeres sienten que quieren a sus hijos e hijas, pero a menudo no pueden más con ellos, porque se cansan, se agotan.

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Sobre esto y más, conversamos con Esther Vivas, también socióloga especializada en maternidad feminista, análisis social y modelo agrícola y alimentario.

¿Cómo definirías la maternidad?

En general, cuando hablamos de maternidad, pensamos en un prototipo único de mujer madre: clase media, heterosexual, con recursos económicos, con pareja, sin ningún tipo de discapacidad. Y este es solo un tipo de maternidad. La maternidad se debería entender en plural: las maternidades. Una que va más allá de lo biológico, que no solo está condicionada por cuestiones de género, sino también por cuestiones de raza, clase social, orientación sexual etc.

¿Siempre tuviste claro que querías ser mamá? ¿Por qué lo decidiste?

Yo no quería ser madre, tenía una vida con mucha actividad profesional, no formaba parte de mis planes. Mi pareja sí quería y entonces lo decidimos juntos, pero me topé con dificultades para quedarme embarazada y no fue fácil, fue un camino que viví en soledad y silencio, porque los problemas de infertilidad no se nombran y por eso lo hablo en el libro, hay que ponerlo sobre la mesa y exponer sus causas políticas. Cuando tenemos problemas para embarazarnos no es nuestra culpa, es un sistema que lo dificulta y mina también nuestra infertilidad.

¿Qué es lo que más te ha gustado de ser mamá?

Ha resultado una experiencia central en mi vida, a nivel personal, profesional y académico. Lo que más he disfrutado es el hecho de acompañar a una persona en su proceso de desarrollo y crecimiento. Además, a nivel profesional, la maternidad me ha permitido escribir sobre lo que significa ser madre desde una perspectiva feminista. Era necesario que hubiese más voces hablando del tema.

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¿Y lo que no te ha gustado?

El gran problema con la maternidad, desde mi punto de vista, no es la maternidad en sí, sino todos aquellos elementos sociales, laborales y culturales que dificultan nuestra experiencia materna. Entonces, lo que no me gusta de la maternidad son las dificultades con las que me encuentro en esta sociedad por el solo hecho de ser madre. Y eso me ha llevado a entender que muchas de las cosas que me suceden a mí o a otras mujeres no son nuestra culpa. Socialmente se ha normalizado una serie de violencias y discriminaciones.

Por ejemplo, la violencia obstétrica, que no te informen adecuadamente a la hora de acompañar tu parto, que te traten de manera paternalista, que te insulten, que te hagan una cesárea cuando no hace falta o que no te la hagan cuando sí la necesitas. También la discriminación laboral desde que te quedas embarazada hasta que tienes un hijo. Se considera negativo para tu empleo, cuando en realidad ese trabajo de cuidados es imprescindible para la reproducción humana y, por lo tanto, el mercado de trabajo se tendría que adaptar a la maternidad, no al revés. El problema no es la maternidad, es el mercado laboral. Al mismo tiempo que el trabajo de cuidados y la carga mental debería ser, en el caso de una pareja heterosexual, responsabilidad del padre tanto como de la madre. Pero hoy no es así.

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¿Qué significa ser una mamá desobediente?

El relato de la maternidad de los sectores más conservadores define a una madre que no tiene derecho al aborto, no puede decidir libremente si ser madre o no, reducen la mujer a madre, que no puede tener intereses más allá de la crianza y consideran que la maternidad es una responsabilidad única de la mujer. Es un modelo muy tóxico y violento. Hay que cuestionar eso y reivindicar la maternidad en clave feminista.

Una maternidad desobediente, feminista o insumisa significa reivindicar la maternidad en clave colectiva. No solo debe ser considerada una responsabilidad de la mujer madre, sino que, por ejemplo, es responsabilidad del padre y la madre en una familia heterosexual. Pero también es una responsabilidad colectiva, en el sentido de que implica cuidar criaturas que serán los adultos en el día de mañana, y esto nos debería implicar a todos.

Una maternidad feminista también reivindica a las madres como sujetos de derechos, sujetos políticos. Yo decido como madre en mi embarazo, parto y lactancia y en realidad eso no se da, no tenemos esos derechos garantizados.

Se habla del derecho de las mujeres a decidir cuándo quedarnos embarazadas. Pero a veces eso no es posible por múltiples razones, entre ellas la infertilidad o la edad. De eso hablas en tu libro. ¿Imaginas un mundo en el que no haya ultimátums para decidir la maternidad? ¿Sería posible?

Vivimos en un sistema que dificulta la experiencia materna desde que intentamos quedarnos embarazadas. Intentamos posponer la maternidad hasta conseguir una estabilidad personal, laboral y económica que a menudo no llega y, cuando decides ser madre a partir de los 35 años, entonces te topas con problemas de infertilidad relacionados a veces con tu edad. También la crisis climática impacta en la fertilidad humana, que vivamos en un planeta enfermo tiene consecuencias en la fertilidad de las personas. Cada vez más hay gente joven expuesta a tóxicos alimentarios, ambientales, etc, que minan la fertilidad.

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Muchas personas desearían tener criaturas a los 30 y pocos años, pero no las tienen porque no llegan a final de mes, aún viven con sus padres, no pueden pagar un alquiler por su cuenta, tienen un trabajo muy precario o absorbente. Entonces, al final, las condiciones materiales determinan mucho la maternidad. Yo creo que el sistema debería adaptarse para permitir que la gente tenga criaturas cuando realmente lo desea. En mi experiencia, la gente no suele querer tener hijos a los 50 años, sino mucho antes, pero las políticas privatizan los servicios públicos, dificultan el acceso a la vivienda, precarizan el mercado laboral, no se puede conciliar la vida personal con vida laboral y salarios dignos.

Dices también en tu libro que la crianza no debería ser en solitario. ¿Cómo es posible lograr que sea colectiva? ¿Quiénes podrían unirse a la crianza y de qué manera?

Se nos dice que el futuro de nuestros hijos está en nuestras espaldas, y esto es completamente falso, porque depende de muchos factores sociales, económicos, etc. Tenemos que acabar con esa idea. Es una responsabilidad colectiva. Estamos hablando de un trabajo de cuidados imprescindible para la reproducción humana, pero en cambio este sistema productivista le da la espalda a todo lo que sea cuidar, criar y maternar. Hay que entender la maternidad como una cuestión pública y visible, durante mucho tiempo se ha encerrado en el hogar. Deberíamos poder amamantar en público, por ejemplo.

Cada uno de nosotros tiene un contexto personal diferente, no es lo mismo criar en tu ciudad, con una familia que te apoye y una pareja corresponsable, que ser mamá sola, migrante y que no tengas tus redes familiares y de afectos cerca. Nuestra maternidad está muy condicionada a nuestro contexto. En mi caso, yo pude escribir mi libro desde que nació mi bebé hasta que cumplió tres años, porque tengo una pareja corresponsable, una red de apoyo familiar, cuando fue necesario contraté a una persona para que llevara a mi hijo al parque y yo pudiese escribir durante dos horas. He contado con recursos sociales y económicos que me han permitido transitar una maternidad de una manera mucho más fácil que otras mujeres.

Mi familia se ha involucrado y, ahora que mi criatura tiene nueve años, mis amigas madres son una red de apoyo. Si hay un día que ni mi pareja y yo podemos recogerlo en la escuela, hay una madre de un amigo de mi hijo que lo recoge. Tener una red de apoyo es imprescindible para sobrevivir a la maternidad. Compartir tu experiencia con mujeres que están transitando lo mismo también es muy importante, porque allí puedes sacarte la máscara de la maternidad, decir que estás harta, que no puedes más, que te duele amamantar, que tu parto ha sido traumático.

He visto pocas mujeres mamás en posiciones de poder y toma de decisiones en el campo del periodismo. ¿Tienes la misma percepción? ¿Nos cuesta más a las mujeres en ciertas profesiones, como las periodistas, pensar en la maternidad?

Así como hablamos de un techo de cristal que tenemos las mujeres para asumir determinadas responsabilidades y cómo es necesario acabar con este suelo pegajoso, lo mismo podríamos aplicar de la maternidad. ¿Cuántas profesionales liberales no se plantean ser madres porque ven incompatible desarrollar su carrera profesional con la crianza? Y que, incluso, cuando se convierten en madres terminan delegando este trabajo de cuidados en otras mujeres en situación socioeconómica más precaria. Lo mismo pasa cuando hablamos de esas mujeres que ocupan trabajos de cuidados, trabajos muchos más invisibles, que tampoco pueden a veces dedicar el tiempo que desearían a sus criaturas porque tienen trabajos demasiados precarios.

Esto pone de manifiesto que la maternidad, sea en mujeres pobres, de clase media o alta, viene determinada por el contexto social y económico que nos dificulta ser madres. En la profesión de periodista muchos de los cargos de alta responsabilidad los acaban asumiendo hombres porque se nos discrimina en el ámbito laboral. Y una de las dificultades de las mujeres periodistas es conciliar la profesión con la crianza porque vas a tope. El periodismo no está pensando para que tengas criaturas, para que tengas una licencia de maternidad extensa. Cuatro meses de licencia de maternidad no son nada en relación con los tiempos de la maternidad. Los ritmos de la maternidad son antagónicos a los de este sistema productivista.

¿Qué le recomendarías a una mamá que quisiera emprender una crianza feminista y no sabe aún cómo?

Desde que estás embarazada es importante buscar discursos alternativos al hegemónico de la maternidad, que realmente pongan en el centro las necesidades de las mamás y los bebés. Por ejemplo, tenemos un discurso del parto asociado al miedo, al no poder, al no seremos capaces, al dolor. El siguiente paso, la crianza feminista, pasa por cuestionarnos nuestras prácticas en lo cotidiano y cómo nosotras mismas hemos sido criadas. Si tenemos una pareja heterosexual, ¿cómo es el reparto de las tareas en casa? Porque la crianza feminista la ejercemos a partir del ejemplo que le damos a nuestros hijos e hijas.

Podemos también plantearnos cómo criar sin caer en estereotipos de género, los colores y los juguetes no deberían tener género, y recomendaría comprar libros en los que las protagonistas sean niñas, por ejemplo. Muchos cuentos tienen como protagonistas, aunque no sean niños, a animalitos de género masculino, que se definen por ser inteligentes, valientes, atrevidos, ingeniosos. Y cuando aparece una protagonista del género femenino, como sucede en La patrulla canina o Paw patrol, ellas son mostradas como el complemento de los protagonistas centrales, que son masculinos.

¿Les falta a los feminismos hablar sobre maternidad?

Yo me tardé cuatro años en quedar embarazada y tener a mi hijo, resultado de una fecundación in vitro. Una vez me convertí en madre, me di cuenta de cuán invisible era la experiencia materna en la sociedad, pero también en el movimiento feminista. Me pregunté ¿cómo puede ser que a lo largo de mi trayectoria activista prácticamente nadie me haya hablado de la maternidad? O cuando ha salido el tema ha sido prácticamente para rechazar lo que significa ser madre. Eso fue en 2015, ahora creo que estamos en otro momento, porque gracias a la nueva ola feminista la maternidad se ha comenzado a incorporar a la agenda feminista. Pero en ese momento había un gran vacío y eso me llevó a escribir sobre el tema, porque me sentía huérfana de referentes.

El gran problema es que, si desde el feminismo no incorporamos la maternidad a la agenda, la maternidad queda secuestrada en manos de sectores, que reducen a la mujer a ser madre. Es necesario que el feminismo dispute este relato al patriarcado y los sectores conservadores, para en definitiva tener una maternidad más plena, gozosa y con derechos.

Hay otro tema del que poco se habla y que tú exploras en tu libro: el arrepentirse de ser mamá. ¿Podrías contarnos más sobre esto?

Nos miramos en el espejo siendo una mamá perfecta, ideal, la que puede con todo, pero eso, aparte de ser falso, es un ideal indeseable y tóxico. Hay que reivindicar el fracasar como madres, equivocarse, no llegar a todo, no poder más, arrepentirse. El arrepentimiento es mucho más habitual de lo que se reconoce en voz alta. Muchas veces no tiene que ver con la maternidad en sí misma sino con el hecho de maternar en un contexto muy complejo, en una sociedad que vulnera los derechos de las madres o las discrimina. Es fundamental verbalizar este arrepentimiento, el sentirse mal y la ambivalencia o contradicción, que es inherente a la experiencia materna. Hay luces, pero también muchas sombras que deben ser nombradas para no generar más dolor.

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