DELITOS PRESIDENCIALES: DE LA NEGACIóN A LA CELEBRACIóN

Los argumentos propios de una telenovela son frecuentes en la comunicación política. Un ejemplo destacado es el caso de Enrique Peña Nieto, quien se casó con “la gaviota mexicana” y construyó su candidatura a través de la cobertura de las revistas de entretenimiento, llegando a ser percibido en el imaginario colectivo como un galán amado.

Recientemente, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno de España, optó por utilizar este recurso. No solo porque encaje con su apariencia, sino también porque logró “jugar” con las acusaciones dirigidas a su esposa, Begoña Gómez, relacionadas con el tráfico de influencias y corrupción en los negocios. En una estrategia que varios expertos han calificado de astuta, se tomó un tiempo “para reflexionar” y redactó una carta a los ciudadanos en la que afirmaba: “Soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer”. Y así, terminó en el imaginario público como un meme del amor. Hasta le hicieron un montaje con un fondo estilo Spotify como cantante del bolero “enamorado profundo”.

La historia de Sánchez, un jefe de gobierno a quien se le acusa de vínculos con algún tipo de delito, se ha vuelto el guion de la política actual. Sánchez salió en los micrófonos al mejor estilo de la serie The Good Wife a hacerse un poco la víctima. Algo no muy diferente de Petro, quien terminó siendo el “buen padre” con su hijo Nicolás, acusado también de corrupción y a quien, según él, “no crió”. Petro, en vez de meme, terminó más bien convertido en mártir y exonerado hasta por Rubén Blades, quien le dedicó una estrofa de su canción amor y control en el concierto del año pasado en Bogotá: “familia es familia y cariño es cariño”. ¿Cariño del padre ausente?

Pasemos ahora a Estados Unidos. Trump lleva años con procesos en su contra frente a los cuales se declara inocente. Recientemente ha enfrentado cargos por conspiración para defraudar al país y para obstruir procedimientos oficiales. Como su retórica ha sido la de acusar a medios y contradictores de propagar información falsa, yo lo tenía en el equipo Sánchez-Petro de líderes y mártires. Un poco también en la misma bolsa de Álvaro Uribe y los supuestos complots que hay en su contra cuando se le pide rendir cuentas por la manipulación de testigos y los falsos positivos.

Sin embargo, hace poco me encontré con un dato revelador que salió de un estudio que hizo el Siena College para el New York Times. No es solo que los presidentes logren exitosamente una narrativa telenovelesca de víctimas. Según este estudio, un quinto de los seguidores de Trump cree que es culpable e igual va a votar por él. Es decir, un porcentaje significativo de los seguidores de este líder saben que cometió un delito y no les importa. Me atrevería incluso a argumentar que es precisamente por cometer el delito que comulgan con sus políticas de gobierno.

Vemos, entonces, un cambio interesante pero preocupante en la narrativa. El guion de presidentes y delitos inició como una narrativa de complot avalada por un “tapen, tapen” del estilo sacerdotes abusadores. Luego pasó a un “no me importa que abusen, igual sigo apoyándolos”. Y ahora hemos llegado a un “lo apoyo precisamente por cometer estos delitos”. Un poco lo que ocurre con Bukele y algunos de sus seguidores: no es a pesar de que viola los derechos humanos que lo apoyo, sino lo apoyo porque viola los derechos humanos.

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